El silencio del concón (Strix rufipes)

14 de mayo de 2025

Foto: Martin Mecnarowski (http://www.photomecan.eu/) CC BY-SA 3.0

Por las noches del bosque austral, hay un grito que se arrastra por las ramas. Es seco, breve. No es un lamento humano. Es un búho. Uno de los últimos que quedan. Lo llaman concón. Vive donde la madera cruje por el peso de los años. Donde el musgo lo cubre todo y los árboles no se olvidan de morir en pie.


Los concones no hacen nidos. Buscan huecos en árboles añosos, troncos con historia, lugares donde la corteza se rindió al tiempo. Allí crían. Allí esperan. A veces no hay huecos. Entonces improvisan: pueden usar el nido de un ave rapaz diurna. También han sido vistos incubando en el suelo, ocultos entre ramas de pino. Pero eso no es lo suyo. Es un plan de emergencia. Un mal presagio.

El bosque original, húmedo, tupido, con ramas rotas y hojas secas, es su territorio natural. Donde hay árboles de más de cien años, hay concones. Donde esos árboles caen, los concones se van.

El vínculo entre macho y hembra es fuerte. Se mantienen juntos durante la época de cría. Se llaman con voces distintas. La hembra es más grande y lanza gritos agudos. El macho responde grave. Cuando uno escucha ambos llamados, puede pensar que son dos especies. En Chiloé, incluso se tejió una leyenda con estos cantos: el coó y el tog-tog, voces opuestas de un mismo misterio.


En primavera, el bosque se llena de cantos. También de disputas. El concón es territorial. No construye murallas, pero canta. Con fuerza. Con furia. A veces hay persecuciones entre ramas. No se tocan, no se hieren. Solo se asustan. Es una guerra ritual. Se repite cada noche. Dura entre quince minutos y casi una hora. Luego vuelve el silencio.

Durante el invierno, callan. No hay gritos ni vuelos entre ramas. La pareja se separa. Duermen lejos. Cazan solos. La noche se vuelve espesa. Solo se escucha el viento entre los árboles, y a veces, nada.


El concón no es un cazador agresivo. Es paciente. Se posa en una rama y espera. Mira. Sus ojos grandes no parpadean. Sabe dónde están sus presas. Las siente. A veces son ratones de los árboles. Otras, murciélagos. También el monito del monte. Todos animales que viven entre hojas y ramas. Casi nunca atrapa presas que andan por el suelo. Aunque estén ahí. Aunque sean muchas. No le interesan.

En verano, también come insectos. Busca escarabajos gruesos, cucarachas grandes, bichos que se arrastran por los troncos viejos. Si el árbol cae y es retirado, el insecto se va. Y el concón, también.

Su dieta es un reflejo de su entorno. Solo caza lo que vive en bosques antiguos. No se adapta bien a ambientes abiertos ni a paisajes limpios. No es un pájaro de plazas ni de potreros.


Hay registros de concones en plantaciones de pino. Sí. Pero no son historias felices. Allí, la pareja no canta como en el bosque. A veces anida. Incluso se ha visto a un adulto con un polluelo en un pinar maduro. Pero esos sitios son inestables. El corte de árboles deja nidos al descubierto. El raleo elimina las perchas desde donde cazan. El sonido de las sierras rompe el canto de la noche. Es sobrevivencia. No es hogar.


Los polluelos nacen ciegos, envueltos en un plumón blanco que parece humo. Luego les crece un segundo plumaje. Y en otoño, ya tienen una apariencia parecida a la de los adultos. Pero no vuelan bien. Se quedan cerca del nido. Aprenden a cazar. A esperar. A mirar. Algunos no sobreviven.

La reproducción es lenta. Como todo en el concón. Pocas crías. Mucho tiempo de cuidado. Cualquier pérdida duele más.


Por el día, el búho desaparece. Se esconde entre ramas altas, cubierto por sombras. Su plumaje es pardo, casi invisible. Solo si uno tiene buen ojo, podrá verlo. Y si lo ve, no lo olvida. Sus patas rojas lo delatan. Sus ojos redondos lo miran sin miedo. No huye. Solo espera que uno no se acerque demasiado.

Algunos se acercan sin querer. En zonas rurales, el concón vuela bajo por la noche, atraído por luces que traen insectos y murciélagos. A veces golpea ventanas. A veces se queda mirando. No es magia. Es hambre.


En el sur de Chile y Argentina, el concón tiene fama de agorero. Algunos dicen que anuncia la muerte. Otros, que trae desgracias si se posa en el techo. No es así. Pero lo siguen creyendo. Quizá porque su canto no parece alegre. Quizá porque sale de noche. Quizá porque lo que no se entiende, se teme.

La ciencia dice otra cosa. Dice que el búho se acerca a casas donde hay ratones. Que no canta por brujería, sino por necesidad. Que si se lo deja en paz, puede vivir sin molestar a nadie. Pero la ciencia no siempre llega a tiempo.


El mayor enemigo del concón no es el hombre directamente. Es el cambio. Es el corte sistemático de los árboles. La limpieza del sotobosque. La plantación de especies exóticas sin vida asociada. La fragmentación. Porque el búho necesita grandes extensiones de bosque. No puede vivir en islas verdes rodeadas de caminos o pastizales. No cruza espacios abiertos: no tiene por dónde, no sabe hacerlo. Y si el fragmento de bosque es demasiado pequeño, simplemente no le alcanza para sobrevivir

Se ha comprobado que si una plantación de pino mantiene bajo su sombra un estrato de vegetación nativa, puede haber presas. Si hay presas, el concón puede adaptarse por un tiempo. Pero necesita más. Necesita troncos viejos, ramas gruesas, musgo, humedad, insectos grandes. No se conforma con poco.


La pérdida de hábitat es el principal factor de amenaza. El concón no figura entre las especies más conocidas ni carismáticas. Pero está ahí. Y su caída es silenciosa. No hay titulares. No hay campañas. Solo un canto menos en el bosque.

La estrategia del ave es fija. No cambia. No improvisa como otras. No es nómada. No migra. Si pierde el bosque, pierde todo.

La gente que vive cerca del bosque rara vez lo ve. Pero lo escucha. Si el grito cesa, algo falta.


A pesar de todo, el concón resiste. Hay parejas que aún anidan en bosques remanentes. Hay polluelos que aprenden a volar. Hay gritos de otoño que rompen el aire frío. El bosque aún no ha callado por completo.

El futuro del concón depende del bosque. Y el futuro del bosque, de decisiones humanas. De qué se corta, de qué se deja crecer. De si se entiende que los árboles viejos no son solo madera, sino nido, alimento y refugio.

En ese equilibrio precario, el concón espera. De noche. En silencio. Con los ojos abiertos.

Fuentes:

El Concón (Strix rufipes) y su hábitat en los bosques templados australes. Pp. 475-482 en Smith C., J.J. Armesto & C. Valdovinos (eds.) Historia, biodiversidad y… Chapter · January 2005.

PRESENCIA DEL CONCÓN (Strix rufipes) EN REMANENTES DE BOSQUE Y PLANTACIONES DE PINO DE LA CORDILLERA DE NAHUELBUTA, SUR DE CHILE. Autores: TOMÁS RIVAS-FUENZALIDA, NICOL ASCIONES-CONTRERAS, FRANCISCO RIVAS, CLAUDIO PEÑA & RICARDO A. FIGUEROA R. Publicado en ARTICULOS 83-92, Unión de Ornitólogos de Chile 2015 EDICIÓN ESPECIAL: AVES RAPACES DEL BOSQUE TEMPLADO AUSTRAL

Ficha de Clasificación de Especies Silvestres. NOMBRE CIENTÍFICO: Strix rufipes (King 1828) NOMBRE COMÚN: Concón, Kongkong, Lechuza bataraz, Rufous-legged Owl. Fuente: Ministerio del Medio Ambiente, Chile. (Fecha del documento: martes, 01 de diciembre de 2015).

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